Es triste como nos acostumbramos a ver escenas terribles y simplemente ni ponerles atención. La semana pasada tuve unas visitas de Panamá en casa, y como parte de la rutina de atención a visitas femeninas las llevé de compras a Multiplaza del Este (centro comercial ubicado, como lo dice su nombre, en el este de la ciudad de San José).
Cuando íbamos llegando a estacionar el carro, al fondo del parqueo, se levanta un tugurio impresionante; casitas hechas de latas, cayendo por el precipicio, dando la idea que en cualquier momento se desplomarían frente nuestros ojos. Mis amigas turistas nunca habían visto algo así: dos panoramas tan horriblemente contrastantes: uno de la pobreza extrema y otro de un lugar que solo se puede ir con dinero. Es una escena a la cual me he acostumbrado, y para serles sinceros, ya ni siquiera la veo, ni me estorba, ni menos me hace sentir compasión por esa gente. Me acostumbré y ni siquiera lo veo ya...
Mis amigas aterrorizadas me preguntaron :"Qué es eso?" y yo estaba mirando hacia otro lado. Y les respondí: "Qué es lo que están viendo?" Y de repente sentí el peso de esa mirada y me avergonzé muchísimo.
Qué nos pasa? cómo nos acostumbramos y nos desensibilizamos de esa forma? Y me acordé de Nehemías cuando le cuenta Hanani, su hermano que vio a los judíos en ruinas, con el muro de Jerusalén derribado y sus puertas quemadas a fuego. Nehemías lloró, hizo duelo y ayuno por varios días y no se quedó ahí: reconstruye los muros. Nehemías tenia una buena posición con el rey Artajerjes, estaba cómodo en su posición de copero del rey... realmente no tenía necesidad de meterse en enredos y comprometer su trabajo para dedicarse a esa misión pero lo hizo. Tuvo clarísimo que esos necesitados eran sus hermanos y que necesitaban de su ayuda.
Nehemías pudo haber pasado por alto los comentarios sobre la ruina de Jerusalén, y al verlo con sus propios ojos, pudo haberse dado la vuelta y haber dicho " Qué triste, qué barbaridad...." Pero no fue así, hizo algo. Fue la acción y no solo palabras. Nunca se acostumbró a la desgracia de su gente.
Y ahora me pregunto yo: "Quién debería ser mi gente, quién es mi hermano?" No sólo aquellos que piensan igual que yo, aquellos que nos vemos socialmente a menudo y comemos juntos, aquellos que hemos tenido oportunidades similares y nos vemos cada semana para alabar a nuestro Dios. Nada mas acordémonos del buen samaritano... del ladrón en la cruz... de los leprosos, de la mujer adúltera... de la mujer que tocó el borde del manto del Maestro, del endemoniado gadareno, del capitán romano (por cierto, felicidades a los nuevos capitanes, qué oportunidad de bendecir a la gente alrededor..) en fin de todos aquellos que no tenían pinta ni tienen pinta de hermanos. Esos también son nuestros hermanos, los que necesitan de nosotros. A esos, nuestra prioridad de llamarlos y tratarlos como hermanos.
Sé que hay mucha necesidad, muchísima, desgraciadamente ; y que no pretendo estar en todo lado. Pero somos muchos cristianos, más de lo que nos imaginamos. Somos más de esos que están en necesidad. Si tan sólo nos pusiéramos de acuerdo y ayudáramos todos juntos en vez de decir soy de Apolo y yo de Pablo... cuidaríamos a los pobres y que diferente sería el panorama. El mundo al ver con acciones nuestro amor, llegaría a los pies de Jesús.
No quiero seguir acostumbrándome a ver la necesidad al lado de la opulencia y seguir caminando como si nada. Le pido a Dios el corazón de Nehemías y actuar. Y no conformarme con lo que creo que es suficiente...
Sigo soñando con ese Cuerpo de Cristo. No lo voy a dejar de hacer nunca.
1 comentario:
Yeya, excelente reflexión. Que el Señor ponga en nosotros su amor, el amor que no ve las limitaciones, ni el parecer de la gente... sino el amor que aprieta fuerte el pecho, conmueve las entrañas y mueve el cuerpo a ejercitar la misericordia en acciones concretas.
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